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Hay cierta fragilidad en nuestras soledades expuestas, un hilo que se tensa ante los ojos de los otros. No para el eco de las pláticas ajenas y uno sentado con el discurrir de la mañana. Parece que hay algo de insoportable en la mirada perdida, en el silencio, en la taza de café que continúa en el mismo sitio. -¿Algo más señorita?- insiste con amabilidad inquieta la mesera. Vuelvo a sonreír débilmente -no, gracias-.
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Hay algo demencial sucediendo en las palabras: una sucesión imperceptible de movimientos se gesta atrás de ellas. Las miro de cerca y parece que es allí, en aquello que no dicen, en ese espacio en el que desaparecen, que todo comienza a suceder. En la estela de vacíos dejada a su paso es que, quizá, la noción de elocuencia tenga sentido.
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