t r ó p i c o s

20070603

No tengo corazón...

Quiero escribir algo feliz, algo que suene a un pájaro o que suene a olas y que las palabras, cual olas que son, se vayan metiendo por los ojos y logren una sonrisa junto con esa sensación de inmensidad que da el mar. No estoy triste ni me siento dramática o meláncolica, ni siento brinquitos en el pecho. Sólo tengo, en el paladar, cosquillitas. Cómo me gusta el diminutivo, da a la palabra esa sensacíón de suavidad, la extiende como queriendo alcanzar al interlocutor: ahorita, poquito, pedacito, minutito, corazoncito. Me imagino a Guenita diciendo panito, niñita, por favorcito y a los catalanes empujando las palabras para que salgan atropelladas sin poder tomar las que ella les extiende, pobre niñita. Toda esta digresión porque sé que, aunque no esté triste y aunque quiera, no escribiré nada feliz, no tengo palabras para eso. Para mi la felicidad (ahh ¡esa palabra!) simplemente se toma a sorbitos pero no se le escribe. La felicidad sólo se pone en palabras cuando ya pasó, cuando se convierte en otra cosa, en algo que falta en el corazón.
Siempre lo he sabido, pero tuve claro que no sabia escribir de cosas felices hace casi un mes en Aguascalientes, alguien se lo dijo a mis ojos. Leí un poema y hoy lo traigo a pedazos en la mente porque, de verdad, como desearia, como quisiera dejarles unas cuantas olas, extenderselas... Ella, Maria Rivera, dice mejor que yo eso de no poder escribir algo feliz, de no tener corazón para eso. Fui a reunir los pedacitos de los que me acordaba con el libro en mano, se los dejo aquí juntos, juntitos...

" y... ¡por qué no escribes un poema feliz"

Respuesta

A Luigi Amara

No tengo corazón para las cosas,
para verlas rodar en su caida,
para el largo murmullo
en su agonía.

No tengo corazón para las cosas
felices de este mundo:
no me alcanza para la risa,
ni el ojo para la ave,
ni la mano para la gota.

No, no tengo corazón.
No me alcanza su hipo a la hipérbole
ni sus dedos de congelan con la nieve.

Y aunque quisiera rendirse, a veces,
tumbarse sobre la hierba,
su sombria pesadumbre se lo impide.

Me falta corazón para las puertas,
para las manos de los hombres,

Me falta. Me falta morir
para encontrarlo.
Tenderme
sobrel el lomo de su rayo,
cabalgar sobre su grupa.

A veces, ya muy noche, pregunto
al enorme silencio del mundo
cómo puede morir el corazón entre las manos;
a veces, muy temprano, pregunto
a la gran algarabía del mundo.

Asombrada,
miro su torpe ánimo,
su paso incierto,
su lenta caida.

Es triste, lo sé.
Pero no tengo corazón para las cosas
felices de este mundo.

De Hay Batallas, Premio Nal. de poesía Aguascalientes 2005. ed. Joaquín Mortiz

3 comentarios:

Anónimo dijo...

Niñitaaa se te extraña tanto en este rinconcito, hoy fuimos al mercado de san antoni a comprar libros, con max y ulisitos, llegamos tarde pero al menos alcanzamos a recibir los libros que habiamos encargado, nos dijo llegan una hora tarde, un silencio, a continuacion nos extendio los libros y una sonrisa... Asi que estamos pasando un domingo de relajacion leyendo y recordando.
Prima necesitamos dias asi, donde podamos encontrar juntas un corazoncito para compartir, para llenar, y que sin palabras se note, con un tecito, un panito, lectura, mucha platica, comprension y silencios que nos dan pedacitos de felicidad....

Angélica dijo...

Me gusta tanto lo que escribes, lo voy tomando poquito a poquito y me llena.

Inti Ayora dijo...

Yo, con perdón, había visto (si no es mi alucinación) las palabras de una entrada, de una enfermedá, de las lecturas que te gustan, que te lean... Y ahora está socavada... Qué pena. Hay algo para ti:

Transfusión

Así como la transfusión de sangre revive a los organismos exhaustos, inyectándoles un manantial de energía y esperanza, así las almas se remozan cuando anegan sus eriales los cauces profundos del amor.

El amor, igual que la sangre, constituye un carácter biológico permanente. Cada ser pertenece a un tipo preestablecido de amor, apto por lo pronto para verterse en sujetos afines y para verterse en seres disímiles conforme a postulados psicológicos intergiversables. La transfusión del amor se efectúa de manera más o menos parecida a la de la sangre. Lo mismo que ésta determina cuatro tipos hemióticos en la especie humana, el amor agrupa al individuo en cuatro categorías eróticas: pongamos A, B, C, D. El amante de tipo A es siempre de tipo A, o siempre del tipo C o del D. Lo curioso es que el problema de la transfusión de amor no ha sido abordado todavía. Social y eugenésicamente sería útil. Cuando la simpatía está en camino de cristalizar en amor, los enamorados debería concurrir a un psiquiatra especializado -al amorisconsulto- que dictaminara el acierto de la elección, a través de las tendencias de sus respectivas libidos. Existen almas dispares, astutas en el juego de disimular esa disparidad. Existen temperamentos que aglutinan o disuelven los sentires ajenos. La conjunción perfecta en el amor es obra de un estudio que, la mayoría de las veces escapa a los novios. La inyección sanguínea no se realiza cuando la sangre de uno y otro no opera el milagro asimilatorio. ¿Por qué, entonces, no reglar las inyecciones del espíritu? Al grupo A, formado por “receptores universales”, puede llamársele gráficamente el “grupo egoísta”. Las personas de ese tipo son aptas para recibir el amor de todo el mundo; pero no lo pueden transfundir más que a personas de su categoría. Las hetairas, prueba al canto, que sólo aman a rufianes y gente del hampa… En oposición a este grupo, figura el D, que corresponde a los “altruistas”, a los “dadores universales”, cuyo amor se transfunde a todo el mundo; pero que no pueden recibirlo más que de personas del grupo suyo. Jesús y don Quijote, por ejemplo, cuya efusión llenara la humanidad, célibes aun de espíritu, debido a la pequeñez de María de Magdala y a la zafiedad pastoril de Dulcinea… Los grupos B y C, que pueden recibir amor de los grupos B, C y D, están integrados por los amantes standard, a quienes atan espesas conveniencias y pasiones ordinarias. A veces, cuando reciben un amor altruista, se transfiguran pomposamente en la pantalla de la vida. El caso de Georges Sand, verbigracia, recibiendo los efluvios geniales de Chopin…

Op Oloop, Juan Filloy