t r ó p i c o s
20090514
de territorios (o vacíos) emergentes
Estoy dibujando los bordes de la cicatriz. Imagino cochinillas trituradas sobre la piel aunque el color parece más pintura COMEX o salsa catsup que Dactylopius coccus. Coloco dos dedos de cada lado y aprieto para asegurarme que de a deveras no es pintura. Es un ejercicio paciente y minucioso este de dibujar las cicatrices, hay que hacer sangrar lo preciso, arrancar la costra con precisión, redibujar los límites, apretar y, sobretodo, hace falta hacer todo esto antes de que la mancha coagulada se vuelva sólo en cáscara seca incapaz de sangrar nuevamente. Qué triste cuando no vuelve a sangrar y queda ese espacio blanco de lo que fue una herida y ahora sólo es espacio inerte. La nostalgia podría ser esa marca que ya no duele pero que insiste en un dibujo, en un vacío. Yo tengo tantos espacios así, tantos relieves de los que ya no sé ni la causa. Hay algunos de los que al menos recuerdo el proceso, por ejemplo, me acuerdo de una tía que nos ofrecía a los sobrinos 1000 pesos de los viejos (el billete que era café y que tenía a Sor Juana) por cada costra que nos dejáramos quitar. Las costras de los codos y de las rodillas, territorios inmensos que más que islas podrían ser Groelandia o India, las pagaba al triple. Así a cada tropezón, raspón y caída, después de sobarnos mustiamente un poquito, sacábamos cuentas de cuantos miles de pesos tendríamos ¿Lo seguirá haciendo? ¿Cuánto pagará ahora? Yo podría intentar aproximarme ahora a mis ganancias de infancia: en mis brazos y mis piernas hallo aún huellas de la obsesión de las uñas de mi tia. Los espacios cacarizos de la piel. Tal vez fue ella la que me enseñó lo seductor de los golpes, la fascinación por la sangre fresca y, sobretodo, el trabajo minucioso para lograr una cicatriz. Ahora prefiero ser yo la que trace mis territorios emergentes e intentar dibujar según las posibilidades que cada herida tenga. Si de preferencias se trata me quedo más con Martinica o Puerto Rico que con Cuba, por ejemplo. También prefiero los archipiélagos por encima de los subcontinentes. Eso si, mis cicatrices se han vuelto más discretas en lo que a piel se refiere aunque el subcontinente lo dibujo mentalmente. A toda pequeña cicatriz visible le toca una historia bastante elaborada que deja una cicatriz interior infame. Un iceberg, mis heridas van hacia dentro. Es ocioso, si, a veces lo pienso. Es catsup en lugar de grana cochinilla, puede ser. Trampas de la memoria, objetos estéticos, ficciones poéticas. Aunque debo confesar que últimamente me ha dado por pensar, con lo que respecta a la cicatriz en turno, que estaría bien dejar de hacer un gran volcán de lo que puede ser, a lo mucho, un llano.
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