t r ó p i c o s

20091210

Las pequeñas ciudades jamás mencionadas se expanden en fragmentos de luz por las noches. Es de tarde, llueve y estoy al límite, en lo invisible, de tan imaginario tan sentido. Estoy en eso que llaman frontera. Las luces del cerro bajan, hacen de la autopista un vórtice, llueven encima de coches veloces, en medio, en el punto neurálgico de lo desconocido, en la orilla del agua. Las luces del cerro se dispersan y viajan en los párpados de los conductores.

Las grandes ciudades anónimas jamás mencionadas (sólo en la nota roja, en los libros de arqueología, en el reporte vial) despliegan sus calles-tentáculo sin dejarnos entrar. Quedamos entretenidos mirando (la hipnótica tarea de los pepenadores, rotopláses, la señal “cárcel de mujeres”, toldos plásticos con gotas de la tarde.), nos conformamos con agridulces sonidos, con voces incansables ("papas, tortas, refrescos" ) y nunca entramos. Las pequeñas enormes ciudades, embudos de cemento, territorios de chapopote, urbanofagías continuas, no se acaban o no empiezan, no existen pero siempre se desbordan.

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